DAR A LUZ

Para mí fue maravilloso dar a luz en casa, no me lo podría imaginar de otro modo, fue una experiencia catártica, me ayudó a conectar con mi esencia más pura y desde entonces me conozco mejor.

No consigo recordar cuándo ni cómo se abrió en mí la posibilidad de dar a luz en casa. Los únicos embarazos y partos que conocía eran de gente lejana a mí y siempre en hospital. Seguramente oí comentarios cuando estaba embarazada ya, experiencias de amigas de amigas y algo se encendió en mí porque cada vez más me encontraba con gente que había vivido o acompañado un parto en casa. Empecé a sentir que era una alternativa factible. A la vez empezaron a llegar a mi vida libros, artículos, entrevistas y encuentros que me introducían a muchas ideas nuevas para mí, y al mismo tiempo las sentían tan cercanas… como si solo estuviera recuperando mi sabiduría adormecida. Y todo se relacionaba con el mismo proceso que llevaba años explorando: vivir con aceptación, comprensión y responsabilidad.

Estuve muchos meses sin decidirme verbalmente aunque mi cuerpo ya sabía lo que necesitaba. Solamente tenía una idea clara: lo más importante para mí era escoger lo que realmente me hiciera sentir más cómoda, más yo. Sin expectativas ni ideales.

En todo este proceso fue clave la comadrona de la sanidad pública que me acompañó. Tanto ella como el hospital que me tocaron, La Maternitat de Barcelona, son referentes de un nuevo paradigma en el parto: mucho respeto por el proceso, instalaciones pensadas para mantener un clima íntimo, mínima intervención… Y al final fue precisamente esa comadrona que me acabó ayudando a decidir con una sola pregunta: ¿ya te has planteado el parto en casa? Me quedé a cuadros y agradecí tanto a la vida por ese momento…! Acababa de aunar dos mundos que me parecían lejanos e incluso reñidos entre ellos. Después me enteré por otra comadrona que sus dos hijos habían nacido en casa. Le agradezco su profesionalidad: me habló de una alternativa al sistema sanitario para el que trabajaba sin hablarme de su caso particular. Así que seguí mi instinto.

Lo preparamos todo para dar a luz como yo quería: em mi casa, en mi cueva. Bueno, lo preparamos casi todo… Itai llegó 11 días antes de lo “esperado”. El 7 de julio me visitó la comadrona que me iba a acompañar el gran día, hablamos sobre los preparativos y observamos que el embarazo iba bien, tranquilo, no mostraba signos de que el parto se acercara. Al día siguiente fui a caminar por la playa con una amiga. Hablando y hablando caminé mucho, más de lo que solía hacer esos días. Al día siguiente, 9 de julio, fui a hacer una visita programada en mi hospital. En realidad no quería ir, no quería moverme de casa. Al volver pensé, por primera vez, que estaba cansada de estar embarazada. Esa tarde tenía pensado conseguir todo lo que necesitaba para el parto en casa, pero decidí no hacerlo, estaba sola y demasiado cansada. Lo dejaría para el día siguiente. Ese día nunca llegó. Justo a dos calles de mi casa sentí como mis piernas se mojaban, mis sandalias y mis pies se llenaron de agua. Me sentí un poco nerviosa y entre risas y prisas llegué a mi casa, me senté en el water y llamé a la comadrona. La bolsa se había roto, debía esperar a las contracciones.

En ese momento me sentí muy sola, y me encantó. Ese momento, el momento en el que empieza todo no se puede describir con palabras. Sólo podía sentir mi cuerpo, que me guiaba en todo momento. Agradezco tanto que no hubiera nadie con quien hablar…

Me duché, y ya en la ducha empecé a notar sensaciones nuevas, más intensas, a la vez conocidas, como si ya lo hubiera vivido antes. Sentía como mi cuerpo  se estaba preparando. Me lavé y me sequé con mucho mimo. Me acaricié mucho todo el cuerpo. Me vestí con un vestido corto y blanco, muy suave al contacto con mi piel, nada debajo. 

Decidí donde quería preparar mi nido para parir. Puse velas, poca luz, un poco de música… y ahí me di cuenta que no tenía lo aconsejado para parir en casa! Llamé a Mattia, mi compañero, no respondía. Estaba en clase de capoeira bien concentrado. Llamé al centro cívico donde lo hacía y hablé con recepción. Me hizo mucha ilusión explicarle a esa señora que tendría que interrumpir la clase de capoeira para decirle a Mattia que su compañera estaba de parto. Me llamó y decidimos que antes de venir a casa debía comprar todo lo que necesitábamos, las tiendas estaban apunto de cerrar! Me parecía algo imposible. Llegó a casa después de una hora, todo sudado: había recorrido en bici unos 8km en total de un sitio a otro, saltándose todas las colas para conseguirlo todo. Sólo él podía hacer algo así. Mi héroe, ¡el papá de mi hijo!

Cuando regresó yo estaba tranquila, arreglando y limpiando la habitación entre olas de dolor. En ese momento me relajé y fue él quien acabó de prepararlo todo. Cuando llegó la comadrona se cogió un momento para él, ducharse e ir a comer una pizza. Cuando volvió mis contracciones eran más seguidas y el dolor más intenso. Mattia me trajo una rosa, se la había regalado su amigo pizzaiolo para mí. Creo que es de los únicos regalos materiales que me ha hecho nunca, quizás el único, y fue el mejor.

Le recuerdo de pie, apoyado en el marco de la puerta, con una tacita de café de estética ochentera. Estaba tan guapo. Cuando se acabó el café estaba listo para entregarse totalmente a mí y a la llegada de nuestro hijo. El proceso fue cosa de los dos, él estaba ahí todo el tiempo, haciendo lo que yo le pedía. A veces en posiciones imposibles y con mucha fuerza.

Cuando yo estaba entregada a mis olas de dolor llegó mi amiga Laura, fotógrafa. Ni recuerdo cómo surgió la idea de fotografiar el parto, era algo como ya escrito, formaba parte de la escena y experiencia de forma natural, Laura es una gata cuando hace fotografías, muy muy sigilosa. Le agradezco que inmortalizara este bello momento para siempre en una imágenes que me emocionan.

Entre ola y ola de dolor yo volvía a la realidad, respiraba y cantaba el placer inmenso de la  tranquilidad en mi cuerpo y a veces expresaba mis miedos entre risas.

¿Qué sentido tiene el dolor? ¿qué es el dolor?

Yo siento que el dolor me da presencia. El dolor y el placer me conectan directamente con el momento presente. Ahí mi mente no juega, todas las emociones, miedos y pensamientos son los justos, son vitales y por lo tanto no me hacen sufrir, los acojo desde la tranquilidad, sin identificarme con ellos, son como “cosas” que me atraviesan, las observo, es la vida a través de mí.

En mi próximo parto, si es que la vida me lo regala, quiero experimentar con la fina barrera entre dolor y placer que ya percibo en el sexo o en actividades físicas al límite de mis posibilidades.

El dolor crecía y decidí dar un paseo por mi casa, y ahí, en medio del pasillo, agarrada a Mattia, empezó el expulsivo. Volví a la habitación.

La comadrona no había intervenido mucho, algún tacto, una escucha del corazón del bebé con un aparato que parece de juguete y respuestas a mis preguntas y mis miedos con un “es normal, exprésalo, está muy bien”.

Quizás fue el momento más duro, cuando entré en la habitación ya en el expulsivo. No sabía cómo colocarme. Sofía me hizo una pregunta: ¿cómo quieres colocarte? Y yo le grité: ¡No lo sé! En ese momento me dijo lo que tenía que hacer. Me invitó a tumbarme de lado en la cama y así empezó el gran final.

¿Sabéis ese “gran” consejo de “empuja, empuja!”? A mí nadie me lo dijo y lo agradecí tanto… Era mi cuerpo sabio que empujaba cuando quería empujar y cuando no, se relajaba. Nadie me puso prisas, nadie creyó saber más que mi cuerpo, nadie dijo una palabra mientras mi cuerpo sabiamente hacía lo que sabe hacer. La comadrona masajeaba mi periné para que no desgarrara y acompañó la llegada de Itai, que mi cuerpo expulsó de sus adentros para zambullirlo en la vida.

En ese momento sentí la paz más grande que he experimentado jamás.

Mattia me puso a Itai sobre mi pecho, se movió hasta encontrar la teta y dejó de llorar. Qué sensación, la naturaleza de la vida misma! No hay que hacer nada, solo estar ahí, ser.

Mattia se puso a mi lado. Yo sentía por primera vez a Itai, lo olía, lo tocaba, lo exploraba. En medio de mi éxtasis salió la placenta, no me enteré y Mattia se sorprendió, no sabía que existía. Dejé que Mattia cortara el cordón umbilical más pronto de lo que se hace normalmente. Fue en ese momento que entendimos porqué Itai había decidido llegar en ese momento: tenía un nudo en el cordón y la placenta ya se mostraba desgastada.

Y ahí se me demostró la inteligencia de la vida, la sabiduría de Itai y la perfección de mi cuerpo.

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