En este gran momento de incertidumbre y de cambio se observa claramente el miedo que reina en la mayoría de la población, un miedo que va en contra directamente de la vida que merece ser vivida.
Nos cuesta aceptar la vida tal cual es, no respetamos quienes somos, porque básicamente nos conocemos y aceptamos poco a nosotros mismos. Y eso nos ocurre por diferentes razones a nivel superficial, pero en el fondo nos pasa lo mismo a todos: no queremos confrontar el dolor que nos produce ser nosotros mismos, y lo hacemos desde dos lugares distintos: de forma represiva, nos hacemos víctimas y suprimimos quien somos para no herir a los demás y para que estén «contentos» con nosotros. O lo hacemos de forma reactiva, culpamos y nos ponemos por encima del otro para defender nuestra verdad.
Este amor hacia lo que somos y la expresión de eso que somos se sitúa en la zona del pecho y en la zona de la garganta (cuarto y quinto chacra). Actualmente el Corona Virus afecta precisamente a este área, a los pulmones que inhalan y exhalan el aire que nos da vida y a la expresión de la singularidad de cada uno.
En los pulmones se encuentra la acción más básica y esencial de lo que representa estar vivos. La base real de la vida: acoger y soltar, yin/yang. Estamos conectados a esa dualidad constantemente. Podríamos decir que en la respiración está todo el principio de vida, los pulmones inhalan el oxígeno necesario y exhalan el dióxido de carbono innecesario. Es nuestro primer contacto con la vida, lo primero que hacemos al salir del útero de mamá es acoger la vida a través nuestros pulmones para que nuestro motor corazón continúe bombeando, así mismo, en un proceso también dual: contracción (sístole) y de relajación (diástole).
De esa respiración, común en todos los seres vivos, nace el sonido, y en nuestro caso, como seres humanos, el sonido articulado, que nos permite la comunicación (quinto chacra).
Como formas limitadas que somos, cada uno de nosotros, tiene un modo distinto de respirar y de comunicarse. Vivir, entregarse a la vida, se trata de conectar con eso, con nuestra singularidad. Abrazar lo que somos, y para recordarlo podemos volver una y otra vez a la base: a la respiración. ¿De qué modo único, yo, acojo y abrazo la vida? ¿De qué modo único, yo, suelto y me rindo a lo que es? Estas preguntas que pueden parecer muy existenciales tienen relación directa con el proceso físico del aire que entra y sale. Solo hace falta observarlo momento a momento. Cuando dejamos que la vida entre y salga de nosotros sin querer controlar nada, abrazando todo lo que nos ocurre por dentro en relación a lo que ocurre por fuera, la respiración sigue su curso, completa, sana. Cuando lo permitimos, nos permitimos ser vulnerables, con todo el dolor y el placer que eso implica. Y ¡ai! Precisamente esta es la gran asignatura del ser humano: integrar todas las emociones que se incluyen en la dualidad placer-dolor. Cuando evitamos todas aquellas emociones que nos parecen malas, estamos negando una parte de la vida. Cuando queremos evitar estas emociones en nuestro hijos les estamos negando una parte de la vida. ¡Cuánto nos cuesta abrazar todos los colores! Nos defendemos y atacamos mutuamente para evitarlo.
Fijémonos en los bebés: al nacer lo primero que hacen es llorar, abrazan el dolor que supone también vivir. Sienten dolor y lo expresan, lloran desesperados hasta que vuelven a su zona de comodidad: el contacto y los pechos de su mamá. Se acurrucan, se alimentan… sienten el placer que esto les provoca. Se relajan. Con el tiempo vuelven a sentirse incómodos, tienen hambre, sienten a sus intestinos trabajar por primera vez, hacen pipí… todo nuevo, y puede ser molesto y doloroso. Expresan el dolor del único modo que conoce, el más directo: el llanto. Se contraen. Eso provoca que su entorno se movilice para entregarles otra vez el placer que necesitan: la mamá se acerca, un abrazo, el pecho… Y así con todo. Se relajan y se contraen constantemente. Expresando a cada momento lo que necesitan, sin complejos, porque esa es su única realidad, su única verdad. Con los meses llegan otras experiencias desconocidas de dolor y placer: el bebé empieza a caminar, se separa de su mamá, se empieza a dar cuenta de que es un ser separado de ella. Y este es otro momento muy doloroso para él, se da cuenta de que no siempre que pida algo, su mamá podrá dárselo. Se topa con los límites propios de vivir en un cuerpo humano, separado de la totalidad. Por eso, en este momento, es muy importante como adulto saber escucharse y cuidarse. No dar más de lo que puedes dar y pedir lo que necesitas. Poner límites. Otra de las grandes cuestiones.
Aquí entra la expresión de lo que somos y posteriormente la comunicación de lo que necesitamos. Muchas veces pasamos por alto este paso, damos por sentado que los demás sabrán lo que necesitamos, o incluso, no validamos lo que sentimos, no nos escuchamos y no sabemos lo que necesitamos. Estamos en el quinto chacra, la garganta. Somos limitados como cuerpos que habitamos, nuestra manera de sentir y nuestra manera de comunicarlo es única, es importante que nos permitamos expresarlo tal cual es. Como madre siento que es lo más esencial para acompañar a mis hijos: la expresión honesta de mis límites, que definen quien soy, momento a momento. De la misma manera, es esencial para acompañarnos como adultos. Para respetar al otro, primero me tengo que respetar a mí, sin sumisión y sin violencia. Y eso solo se hace abrazando quiénes somos.
Siento que estamos ahí, en un momento colectivo para poner conciencia a todo esto. Siento que esta es la experiencia básica que nos trae este virus: conocernos un poco más, comprender un poco más la esencia de nuestra vida ahora: acoger y entregar, recibir y dar, nacer y morir… con confianza. Ese es el respeto que merece ser vivido y expresado: un respeto radical hacia nosotros mismos, que podamos expresar y comunicar a los demás. Y lo que hagan los demás, es su propia responsabilidad.
Y ahora la gran pregunta sería ¿por qué no confiamos en lo que sentimos por dentro? ¿Por qué no confiamos en lo que ocurre fuera?